Un profesor ideal sería aquél a quien, como premisa principal, le gustase su trabajo. Que creyese que para que los discentes aprendan fuese necesario que ambas partes (profesor y alumnos) lo pasasen bien.
Alguien que no dependa de un libro, salvo para programar y secuenciar los contenidos. Que tuviese una programación educativa hecha por él mismo, y no sacada o fotocopiada de cualquier editorial.
Una persona que entendiese la importancia de las nuevas tecnologías en la sociedad actual y que aprovechase este medio al máximo para llegar a sus alumnos.
Un profesor que amase la lectura, que sea cual fuere la asignatura que imparta, transmita esa sensación a los niños; los hiciera partícipes del disfrute que conlleva la lectura de un buen libro.
El maestro que sea el imprescindible apoyo incondicional próximo a sus alumnos pero, a la vez, la figura de autoridad que necesitan. Alguien que sepa, desde el cariño hacia la profesión y hacia los discentes, dibujar la necesaria línea que separa y define la actuación docente.
Alguien que no dependa de un libro, salvo para programar y secuenciar los contenidos. Que tuviese una programación educativa hecha por él mismo, y no sacada o fotocopiada de cualquier editorial.
Una persona que entendiese la importancia de las nuevas tecnologías en la sociedad actual y que aprovechase este medio al máximo para llegar a sus alumnos.
Un profesor que amase la lectura, que sea cual fuere la asignatura que imparta, transmita esa sensación a los niños; los hiciera partícipes del disfrute que conlleva la lectura de un buen libro.
El maestro que sea el imprescindible apoyo incondicional próximo a sus alumnos pero, a la vez, la figura de autoridad que necesitan. Alguien que sepa, desde el cariño hacia la profesión y hacia los discentes, dibujar la necesaria línea que separa y define la actuación docente.